Jump to content

Recommended Posts

Posted

El silbido de las barcazas sobre el Misisipí, los edificios pintados, los rascacielos de cristal que surjen entre los pantanos, los artistas de la calle, los ríos de cerveza consumidos en el ruido hasta el alba, los desfiles del "mardi gras" (martes del carnaval), las sugestiones de magia negra, los locales pornos, la pacotilla turística y el espíritu libertario que se reúne en la fiesta blanca y negra, alternativos jamaicanos y grupos de "machos" tejanos permanentemente asulvestrados. Y luego la música, un movimiento perpetuo de notas que te hipnotiza en cuanto llegas a los callejones del vieux carré, jazz, blues, rock, o además un inclasificable enredo de géneros que se pillan en el aire constantemente húmedo y caliente del Golfo de México.

Quien ha visto Nueva Orleans antes de "Katrina" conoce la diferencia entre el paraíso y el infierno. Entre una ciudad feliz y un cementerio de agua muerta. Flota desde hace doscientos años sobre tierras tan blandas que se tragan también las lápidas de mármol (es así como han nacido las leyendas del vudú). Sus habitantes convivieron con serpiente y caimanes, pero también con las amenazadoras profecías de los científicos. La última remonta al pasado junio, fruto de un estudio del "National Oceanic Atmospherical Administration", que le dio "cien años de vida", antes de ser tragada definitivamente por las arenas movedizas. Los usuales científicos catastrofistas, sus habitantes han dicho, y, algo muy más grave, las mismas autoridades federales. La crónica dice que sólo se han necesitado dos días para transformar Nueva Orleans en un lugar fantasma. No hacía falta un siglo. Cruel ciontradición para The Big Easy, la ciudad de los zombis que ojean entre los desfiles del carnaval hoy está poblada de muertos vivientes, el alboroto de alientos y percusiones ahogadas por la silenciosa pero implacable andadura de las aguas.

Son imágenes de la guerra de los mundos, las que rebotan sobre las televisiones de medio planeta de los suburbios de Nueva Orleans: millares de supervivientes que siguen luchando contra el barro, la violencia urbana, las primeras epidemias que se propagan por los fondos limosos. A menudo luchan uno contra otro, en una insensata batalla para sobrevivir que hace del vecino el primer obstáculo a la propia salvación física. Donde había hordas de turistas en busca de una estatuita de Louis Armstrong, o de un concierto improvisado sobre el escenario del paseo, hoy corren los pantanos infestados de cadáveres como almas condenadas, los muertos flotan sobre los aguazales arrastrados por la corriente, sin meta. Chacales y saqueadores mientras tanto devoran las noches, siguiendo desvalijando aquello que queda de casas y tiendas y los incendios que brotan aquí y allá iluminando los barrios diariamente.

Los policías, por su parte, tienen licencia para matar y matan: cinco "sospechosos" la otra tarde, otros tres presuntos saqueadores ayer por la mañana. A veces los agentes no la hacen y desertan del tio al blanco, algunos hasta se suicidan. El ejército mientras tanto patrulla de día las arterias principales en un clima iraquí, los soldados se mueven asustados apuntando las ametralladoras hacia los cruces de las calles y los techos de los edificios, como si a esperarlos estuvieran los franco tiradores de la guerrilla sunita. Para algunos se trata de una pesadilla mucho peor de la de una guerra en otro continente. Una pesadilla americana. Además de desmigajar una ciudad, Katrina parece en efecto haber rescindido de modo brutal la unión de la convivencia civil. Saqueos, homicidios, violaciones: la América que ha quedadao seca asiste desde el cuarto de estar de su casa a un reality horror que se convierte en la metáfora misma de su fragilidad social y su individualismo filosófico. Una de las cosas que más golpea de la desdicha de los habitantes de Nueva Orleans es la falta absoluta de solidaridad entre las personas frente la tragedia. También una ciudad acogedora y multicultural, a pesar de la pobreza extrema, el analfabetismo difuso entre la población negra y una de las tasas de delincuencia más elevada del país, la capital del Louisiana puede volverse, en el espacio de un día, una jungla de agua y cemento donde se impone la ley del más fuerte y la mera lucha por la supervivencia. Desde la Cabeza de huevo de Washington hasta los pequeños administradores federales, todos deberían reflexionar sobre esta inesperada disolución de cualquier hipótesis de convivencia pacífica en una metrópoli de una nación que se considera desarrollada y demócrata, a menudo también más que las otras naciones En tal sentido, Katrina sólo ha destapado el malestar que está latente en los guetos de decenas y decenas de ciudades estadounidenses.Algo como hace trece años ocurrió con la revuelta de los negros de Los Ángeles.

El contrasentido en fin aún más aparece cruel considerando que la dramática inundación ha ocurrido en el corazón de los Estados Unidos, primera potencia económica, y contaminante, del planeta, que encuentra el Tercer Mundo en casa en una semana, obligada a aceptar ayudas y alimentos de la "vieja Europa" como una cualquiera Tailandia. Más allá de las polémicas sobre la ineptitud de las autoridades que no han evitado un desastre evitable en cuanto que anunciado, omitiendo las especulaciones sobre el pequeño nivel de un presidente que a diez días de la catástrofe no había visitado todavía los lugares del desastre, el paso devastador de Katrina devuelve a América una desagradable sensación de vulnerabilidad. Sólo después de los atentados del 11 de septiembre el país se ha despertado con aquel sentimiento de fragilidad y miedo. Esta vez pero no ha sido la voluntad de algún extremista religioso ni el complicado tiovivo de la política internacional, ha sido un ciclón tropical anunciado por todos los expertos.

Daniele Zacarías

6 de septiembre, LIberazione

Guest
This topic is now closed to further replies.
×
×
  • Create New...